Hace unas semanas, después de una reunión de intercesión, escribí una reseña en la que resalté el hecho de que representantes de ocho iglesias en cinco países diferentes estuvimos orando por Las Américas. Personalmente, me siento muy atraída por lo que Dios está haciendo en y a través de Su Iglesia alrededor del mundo, y las maravillosas formas en que Él nos conecta como Su cuerpo. Desde entonces he tenido algunas ideas dando vueltas por mi mente y mis oraciones.
Terminé la reseña expresando nuestro deseo de un mayor entendimiento de nuestro papel como embajadores de Su reino, en los lugares en donde Él nos ha colocado estratégicamente. Y citando este versículo en Mateo 13:37-38
“El que sembró la buena semilla es el Hijo del hombre - les respondió Jesús- El campo es el mundo, y la buena semilla representa a los hijos del reino.”
Inmediatamente vino a mi mente la idea de que no importa cuál es la razón por la que un latino o cualquier persona sale de su país, si es un hijo de Dios, es Él mismo quien lo ha sembrado en esa nueva tierra. Tampoco es casualidad que, en países como Panamá, México o Estados Unidos, podemos encontrar a todas las religiones más grandes del mundo; no es coincidencia que países como China tienen un gran porcentaje de su población viviendo en países latinos; no es solo porque sí que cada vez hay más musulmanes en el continente americano. No es una simple cuestión de economía o comercio. Los factores de migración no son desconocidos para Dios, NO son una casualidad sino una estrategia para la expansión del Reino de Dios. Él está llevándonos a las naciones, pero también está trayendo las naciones a nosotros.
Siento que debemos abandonar la idea de que llevar el evangelio y alcanzar a otros con él es un llamado para un grupo específico de creyentes, yo creo que es para todos. Nosotros como la buena semilla plantada en el mundo no estamos llamados a quedarnos como semillas escondidas en la tierra hasta la cosecha, porque no sería cosecha sin un fruto que recoger. Hemos sido plantados para dar fruto al treinta, al sesenta y hasta el ciento por uno (Mateo 13:23).
Esto implica que como semillas necesitamos pasar por un proceso de transformación y crecimiento hasta convertirnos en árboles que den fruto. Pienso en el árbol de durazno que está en el patio de mi casa (que es su casa). Durante el verano, cuando está verde es bonito; en el otoño cuando pierde todo su follaje, algunos podrían pensar que parece solo un montón de palos sin vida que no tienen propósito. Pero por experiencia sé que lo mejor está por venir, las pequeñas hojas color rosa pálido comenzaran a llenar esas ramas y por un buen tiempo se verá hermoso. Lo disfruto, me encanta verlo, pero mi mayor expectativa no está en mantener las ramas con flores, por muy hermosas que sean, mi mayor expectativa está en los deliciosos duraznos; la mayor expectativa es la cosecha.
Todos tenemos razones para estar en donde estamos, pero es tiempo de preguntarnos cuáles son Sus razones. Así que mi intención es animar a cada uno de ustedes, tanto a los que están en casa como a los que viven fuera de ella, a dejar de ser semillas enterradas en la tierra, tomar el valor de ser transformados en árboles que den fruto y poner nuestro corazón en la cosecha.
Ana Paola Sánchez,
Fresnillo, Zacatecas, Méx.